Blog de Héctor Santcovsky

un blog para reflexionar sobre política, sociedad y retos de futuro

11/12/21

Debate democrático y nuevo contrato social

              Semanas pasadas se celebró la cumbre por la Democracia que promueve Biden. Más allá de exclusiones e inclusiones llamativas (quizás las exclusiones no tanto, pero algunas inclusiones sí) el propósito es loable. El problema que viniendo de un país que a veces ha mantenido una política ambigua respecto al apoyo de ciertas “democracias”, y que en la práctica se puede excluir a determinados países, pero se sabe que por otro lado tienen todo el apoyo y soporte a sus funcionamientos cotidianos (el caso más paradigmático es el de Arabia Saudita), la idea suena bien, pero es cierto que pone algunos resquemores sobre su alcance y verdadera eficacia.

Las preguntas que surgen hacen referencia a cuáles han de ser los ejes de como combatir una política iliberal que hace retroceder las posiciones democráticas.  En esa perspectiva se podrían mencionar diez aspectos que conforman un enfoque global para intentar neutralizar las posturas más reaccionarias y conservadoras de los países donde hoy triunfa el modelo iliberal que se podría convertir en una verdadera rémora para la democracia. Un posible decálogo estaría conformado por los siguientes ejes de lectura y de aproximación, y en esa perspectiva sería interesante indicar los aspectos que podrían remarcarse como prioritarios en una posible acción política a construir desde posiciones de progreso.

  1. Liderazgos dinámicos, coherentes, que entiendan el entorno y lo sepan interpretar, comprometidos con los valores democráticos y capaces de comunicar congruentemente. No valen ya los liderazgos heroicos (Mintzberg), salvapatrias o mártires de la ideología. Pero eso a la vez equivale a un alto valor de la demostración. (Judt). Se ha de visualizar que se pretende, que anima a participar y a actuar. e ha de lograr captar la atención, interés y empatía con un discurso que conecte con la gente. En este sentido está claro que hay comunidades autónomas como el País Vasco o Galicia donde Vox -en España- apenas tiene representación. Aquí los liderazgos son fuertes y comprometidos con los valores democráticos. Ejemplos similares se han dado en Italia (Turín, Roma…) donde con un relato concreto y una contundencia conceptual se supera las limitaciones de los modelos populistas o claramente iliberales.
  2. El terreno del debate no es ideológico tradicional si no de un modelo de sociedad que supere los debates actuales demagógicos y los reconduzca hacia un tipo de construcción que permita conjugar valores con los intereses próximos de la ciudadanía real, no una ciudadanía hipotética  que solo existe en algún tipo de manual de hace 40 años. Aquí siempre podemos pensar que la socialdemocracia sigue pensando en un trabajador/trabajadora industrial o de servicios o como mucho pre-postindustrial que parecería que no nos hemos enterado que tenemos una mala noticia: el mundo ha cambiado (Muchos autores, desde Bauman, Judt, y en España interesantes reflexiones de Innerarity).
  3. Lo mismo vale para la derecha que se ancla a un votante conservador, mayor, excluido de los discursos al uso, eso que le podríamos llamar “progre”. Está claro que se le ha dado munición a la extrema derecha desde lo "políticamente correcto", aspecto en el que abundan Granés, Stefanoni y Traverso. En ese sentido Vox tiene mucho espacio que se dejan dede posiciones que no calan en amplios sectores de la sociedad, dejando huérfano a un gran número de votantes, especialmente los menores de 40 años, que parecería que nadie cuenta con ellos. Vox ha optado por dirigirse exclusivamente hacia una tipología de colectivos que se podrían calificar en muchos casos como “rebotados” por una alianza discursiva absolutamente heterogénea: trabajo, identidad, refugio de identificación proyectiva, desocupados por exclusión tecnológica, etc. La socialdemocracia y la derecha conservadora mira a los “integrados”, pero quizás ha llegado el momento de pensar en los “excluidos” que ya lo son, y que representan a los auténticos marginados del sistema. Eso que antes se llamaban ni ni, y ahora ya ni tenemos nombre para ellos.
  4. Se ha de construir una nueva coalición democrática que se separe de manera substantiva del modelo iliberal. Los ejemplos recientes de las coaliciones en la República Checa o en las elecciones municipales turcas son un ejemplo de la necesidad de superar con nuevas alianzas las situaciones actuales. Pero se ha insistir que el límite y marco es una revolución en el discurso vigente. De ahí el éxito de Ayuso al saber sintonizar con el discurso de la libertad, valor vacío o pleno de significaciones paralelas y cuando no, contradictorias pero con una gran connotación ideológica. (Cabe hacerse una lectura más conceptual y menos apriorística de las teorías de Laclau, y revisar la idea de los marcos mentales de Lakoff).
  5. Cabe hacer una clara redefinición del papel de la sociedad civil. No es arbitrario que las corrientes iliberales tengan una especial predilección por atacar a estos colectivos: sos racismo, colectivos lgtbi, plataformas vecinales,….Pero delante de esta situación la postura de la izquierda y el centro liberal es de inhibición y de no fijar posiciones claras respecto a ciertos temas – inmigración, sexo/género, acceso a ciertos servicios – por miedo de pecar en posiciones teóricamente políticamente incorrectos. Esa prudencia discursiva a veces genera que se busquen otros significantes de diferenciación. Un buen ejemplo de la derecha es el debate de la lengua a Catalunya. Una gran oportunidad para no entrar en temas de profunda contradicción y asunción de significativas responsabilidades.
  6. El combate a las posiciones que atacan a la democracia y a sus defensores, en una nueva perspectiva, que rechace el calificativo que se hace los nuevos movimientos emergentes o cuando la socialdemocracia replantea su modelo acusándole de idealista, pueril, cándido o ingenuo. Cualquier descalificación vale. Lo importante, neutralizar a un modelo de progreso democrático para imponer una estrategia iliberal. (Vallespir) Lo que es curioso es la complicidad de ciertas posturas progresistas que entran al trapo, como en el debate sobre las cuestiones de género, dando pábulo a posiciones reaccionarias que generan esa coalición de relato al que hacíamos referencia en otro documento previo. 
  7. En esa perspectiva cabe la construcción de un nuevo contrato social. Los valores, principios y actuaciones que conformaron los acuerdos que dieron pie a los 30 gloriosos (Polyani, Fourastié). Polyani ya advertía hace más de 60 años de la necesidad de entender la gran transformación. Pero está claro que lo más cómodo era dejar estar las cosas y someterse al devenir de los procesos. Eso llevó a la crisis del 2008, y tuvo paralizado todo el mundo un buen espacio de tiempo de la pandemia. Es cierto que no se podía prever que pasaría, pero teniendo en cuenta que las recetas eran unívocas, no ha de extrañar la lentitud de las decisiones, y luego, hoy se ve, solo se recuerda a la pandemia y su impacto cuando vuelve a haber rebrotes. Por ejemplo, en las negociaciones de los fondos de resiliencia de la Unión Europea, permanentemente hay que retrotraer a los actores para que recuerden que dio lugar a los fondos y el porqué.
  8. Si se comparte el espíritu de la Cumbre que promovió Biden sostenida sobre el apoyo a la renovación democrática, la participación cívica y la colaboración multilateral, hay que ensanchar la base social de los beneficiarios y ampliar las miras del alcance del nuevo contrato social. Ejes concretos son los que ahora corresponden. Para eso debe replantearse una agenda de problemas diferenciada que hable de aspectos diversos, pero no seguramente los que acostumbramos a tener en una clásica agenda socialdemócrata: futuro del trabajo; predistribución – renta universal? –; medio ambiente, vivienda, igualdad de capacidades – más allá de la igualdad de oportunidades – e igualdad de recursos, y severo combate a las desigualdades (Piketty).
  9. Pero los compromisos verbales por sí solos solo llegan hasta cierto punto. A medida que los estados entablan una conversación al respecto, deben estar preparados para ir más allá de la retórica y afirmar la importancia de estos derechos haciendo coincidir las palabras con los hechos en la lucha por el espacio cívico. Eso significa buscar elementos comunes para la construcción democrática y promover espacios multisectoriales y multilaterales con un nuevo enfoque orientado a una gran alianza de fuerzas desde un principio cívico progresista que resista los embates del populismo, de las tendencias iliberales y sobre todo de la polarización creciente.
  10. Por último, la pandemia enseñó algo: era factible acelerar procesos en el cambio tecnológico, en nuevas formas productivas, en nuevas solidaridades, en nuevos emprendimientos, en la demostración de la capacidad de innovar sin destruir. Se corre un riesgo extremo, no haber aprendido nada. Con los fondos se ve claramente, las grandes empresas solo ven como serán subvencionados sus procesos productivos para poder aumentar los beneficios de sus accionistas, sin pensar en el sentido que tiene la dinamización de la economía.

En este contexto cabe tener presente que el futuro no está escrito, y que cualquier compromiso con una renovación democrático requiere también apuntalar el proyecto de un nuevo contrato social, más allá de una relación de beneficios del bienestar y que se oriente hacia una mejora de las condiciones de vida, de construcción de proyectos vitales y de búsqueda de caminos para una mayor equidad, solidaridad y justicia social.

POLARIZACIÓN Y NUEVAS COALICIONES DE RELATO

       El contexto es la incertidumbre

No hay duda que vivimos un momento donde abundan más interrogantes que certidumbres. Nadie se hace cargo de hacer una buena interpretación de lo que está pasando que provoca un cambio muy acelerado de la sociedad en diversos aspectos como la economía, los valores, el papel de las minorías, la identidad sexual, las migraciones, las identidades territoriales, en fin un número larguísimo de nuevas situaciones que de por si ya costaría inventariarlas, y que proliferan en los países de manera diferente dando lugar a un número importante de situaciones disímiles.

A esta cambiante realidad hay que sumarle que su tratamiento se hace desde posiciones irreconciliables, enfrentadas, negacionistas de los hechos evidentes, contestatarias “per se”, que lo podemos resumir en la emergencia de la polarización como el hecho más evidente. 

Sería obvio negar su existencia y podemos observar qué situaciones diversas y de muy diferente factura se dan en entornos muy diferenciados. De oriente a occidente y de norte a sur, ha venido a quedarse, no sabemos por cuanto tiempo. Y lo más llamativo es que conforman un nuevo modelo de articulación de coaliciones sociales, a los que llamaremos “las nuevas coaliciones de relato” que descolocan a analistas y científicos sociales por la disimilitud de aliados, a veces situados en las antípodas sociales, políticas e ideológicas. 

Pero se ha de aclarar que no es un fenómeno nuevo. En la historia de las polarizaciones e intolerancias la humanidad ha vivido situaciones más graves y de mayor contundencia con resultados infinitamente más trágicos.

El único común denominador es la existencia de una serie de constantes de las cuales destacamos una suerte de odio, una forma de desprecio de la opinión ajena, una militante actitud de no escucha, una diferenciación radical en términos de respeto de la disensión, opinión, o simplemente de aquello que no agrada aunque tenga toda la connotación de la verdad.

Hay un elemento genéricamente presente y es que hoy las democracias occidentales viven una cierta crisis que hace que muchos autores inclusive piensen en la posibilidad de que esté cuestionada su propia existencia, al menos tal como la conocemos. Está claro que muchos de los sistemas actuales han entrado en verdadera crisis al menos por cuatro fenómenos claros

En primer lugar, por la pérdida evidente del peso de las propuestas de los partidos consolidados en los modelos bi o tri partidista de muchas de las democracias occidentales, y la emergencia de nuevas fuerzas consolidadas en una importante bolsa de electores radicalizados hacia populismos de derecha o izquierda. Se ha de señalar que no son ya bolsas residuales y testimoniales, y en muchos casos se aproximan a la quinta parte del electorado.

La segunda es que en muchos países crece el fenómeno de posicionamientos iliberales que, lamentablemente, se dan dentro de los propios partidos mayoritarios y hegemónicos de la democracias tradicionales, léase el caso más evidente de Trump y el partido republicano, pero podríamos ir hacia progresivas radicalizaciones en algunos partidos hacia posiciones parciales con tintes de las reivindicaciones de ciertos populismos o partidos iliberales como en Francia o Italia en inclusive algunos posicionamientos del PP.

En tercer lugar la irrupción de fenómenos contestatarios que, sin ser excesivamente mayoritarios, ponen en jaque y cuestión los modelos actuales de representación y tuercen decisiones de bloques mayoritarios o al menos les obligan a girar sus políticas con miradas de condescendencia cuando no cesión de posiciones (buen ejemplo chalecos amarillos, pero en general las políticas anti inmigratorias en todo el mundo, y para ejemplo la derecha francesa y por descontado en PP en España). 

En cuarto lugar la formación de extrañas alianzas sociales en el seno de la contestación, heterogénea, inter i intra clasista, intergeneracional a veces, en cualquier caso una amalgama compleja a la que llamaremos “coalición de relatos”.

Es obvio que este fenómeno no es nuevo ni es excepcionalmente innovador. Pero el volumen y peso de su presencia si ha cambiado. Especialmente, en los últimos  años, encontramos más de una veintena de libros y cientos de artículos que han sido publicados poniendo el punto central en este debate, que apela a un momento democrático en el mundo basado en una profunda crisis y una fuertísima situación de deslegitimación de las políticas públicas. 

La preocupación es inevitable y vivimos un momento histórico particular, muy diferente a los anteriores. También, que decir, que considerábamos este período muy superado y es obvio que las democracias nunca han estado tan consolidadas como en los últimos 40 años, sobre todo después de dos épocas muy nefastas y ya, por suerte, pasadas: la Alemania nazi, los fascismos o dictaduras de derechas, el estalinismo, y los períodos de golpes militares dictatoriales en casi todo el mundo, especialmente en América Latina – y en menor medida Asia – pero que aun perduran en el continente africano. 

Tampoco podemos dejar de pensar en las dictablandas impuestas en muchas lugares, que es el modelo que, en la práctica aspiran algunos gobiernos, pero sobre todo a las democraduras es decir democracias con muchas limitaciones y cortapisas como aspiran países como Hungría y Polonia en la UE y los ejemplos de Rusia y Turquía, por no decir China que ya no presume de ninguna democracia al uso – digamos que practica la ya conocida democracia popular del partido único -  es decir juego de partidos con muchas limitaciones de libertades, sobre todo aquellas que afectan a los derechos fundamentales.

En este tema no se debe dejar de mencionar que la ofensiva de los derechos sociales, especialmente los más recientes debates, sobre todo alrededor de la identidad LGTBI y especialmente la transexualidad, que ha renovado la munición ideológica de muchas posiciones que acercan a Orban, Vox en España, AMLO en México, el marxista-indigenista Castillo en Perú, extraña alianza de intereses y posiciones que como común denominador tienen el populismo, pero en la práctica se amalgama por su alianza encarnizada contra nuevos derechos sociales, teniendo en cuenta, por otro lado, que en algunos temas la forma de su inclusión en la agenda dan pábulo y alas a esas posiciones políticas críticas. 

Como dicen muchos autores el panorama es inquietante. Y esa inquietud deriva justamente de aquello que se podría denominar la idea de democradura y sobre todo la idea de los gobiernos iliberales. 

Y es curioso observar que ahora no es necesario cuestionar la democracia. Basta con decir que la calidad que tiene no es suficiente apelando a un hecho históricamente inexistente que es el modelo democrático perfecto. A pesar del pesimismo democrático que subyace en muchas de las críticas actuales, sus beneficios son despreciados o obviados, pesando mucho más las contingencias que sus resultados. 

Inclusive se recuerda con nostalgia el momento de la aparición del “Fin de la Historia” de Francis Fukuyama como el momento culminante de un giro que se veía ya inevitables, olvidando que toda la evolución en los países del este se ha vivido como una operación totalmente fallida de evolución hacia modelos plena y consensuadamente democráticos, y para ejemplo la compleja transformación de casi todos los países ex – comunistas como se observa de Eslovaquia a Rumania, con excepciones seguramente, pero con un devenir político menos homologable a las democracias de la Europa occidental, siempre bordando los modelos iliberales. 

Ahora bien, el interrogante que emerge es si todos los ciudadanos todavía quieren democracia, al menos tal como la conocemos. 

De hecho todas las tendencias recientes en la opinión pública ponen en constante entredicho ese cuestionamiento por temas muy diversos. Pero tampoco es un fenómeno nuevo ya que plataformas de oposición y diferencia han existido desde siempre. Es curioso que donde hay poca o inexistente democracia se reclama a ésta, y donde está consolidada se pide cambiarla, pero en aquello que le preocupa a un colectivo concreto.

El mejor ejemplo lo tendríamos con los fenómenos NIMBY (no en mi patio trasero) pero no solo en estos temas si no en muchos otros como el precio del combustible, la vivienda, el trabajo de los jóvenes, las energías alternativas o las libertades y derechos sociales. En cualquier caso, se está en un estado de agitación permanente, de desligitimación constante del Estado y de una polarización y radicalización creciente, donde uno de los mayores exponentes de la situación es como los partidos de la oposición – sea cual fuere su ideología – se suman con rauda velocidad a las reivindicaciones ciudadanas, aun cuando en muchos casos consensuaron y avalaron dichas decisiones o inclusive son sus autores o impulsores iniciales.

Y aquí entra otro factor a no despreciar que es el factor del populismo. Normalmente estas reivindicaciones puntuales, teñidas de fuertes movilizaciones – y en casos violencia urbana – no muy masivas pero si mediáticas y ruidosas, encuentran eco “recíproco” en los movimientos o partidos a los que calificamos de populistas. Este fenómeno no es nuevo ni es propietario de un partido, ni tan siquiera de una orientación ideológica. Se da en muchos ámbitos y en diversas ocasiones. Pero en este tema se merecería un análisis especial de ver como se articulan estos movimientos/partidos a partir de significantes comunes. 

Hay que entender que la crisis de la democracia ya no remite a cambios bruscos como representaban los golpes de estado de la década 70-80 (y aun en África y en algún país de Asia) si no más bien en la pérdida de valor y sentido – al menos como lo conocemos – de las libertades y derechos cívicos y sociales así como la calidad democrática, que sumado a la flojedad y escasa consolidación de la memoria histórica en las nuevas generaciones es excelente caldo de cultivo para dar pase a nuevas iniciativas que cuestionando el modelo actual no vislumbran – muchas veces por simple ignorancia histórica – las dramáticas consecuencias que podrá tener sobre experiencias de gestión de los gobiernos futuras.  

La experiencia política determinados líderes en los últimos tiempos como Bolsonaro o Trump han marcado una tendencia hacia construir una teoría sin tener en cuenta su grado de validez tanto política científica o histórica

En este sentido ya no cuenta para nada si un hecho es demostrable o contrastable. En España hemos tenido la experiencia de los atentados del 11 M que durante mucho tiempo una parte de la derecha se empeñó en decir que era obra de ETA, independiente de las evidencias que demostraban con rotundidad la falsedad de esta afirmación.

Por lo tanto no podríamos decir que la idea del fake es nueva y no solamente no se puede afirmar si no que inclusive a lo largo de la historia se han construido verdaderos relatos justificativos de grandes decisiones históricas basadas en fakes. 

La Biblia, la inquisición, las leyendas de la peste negra, Goebbles,…,todo el relato construido alrededor de las persecuciones de los pueblos sometidos nos indican que no hay nada nuevo en ese territorio. Sin embargo, hoy en día parecería que nos afecta de manera más radical. Habría al menos tres componentes que diferencian la situación actual de los periodos anteriores:

Primero y quizás el más llamativo es la masificación de este tipo de mensajes en el sentido de decir que en paralelo funcionan muchos de ellos, a la vez muy enriquecidos conceptualmente, poco simplificados, sostenidos en discursos pseudohistóricos conspiranoicos, con muchas ramificaciones, y que permiten construir esto que llamaremos coaliciones de relatos. No necesariamente tienen que ser homogéneos en sus contenidos pero, sí en cambio, son capaces de crear un hilo conductor que permite de alguna manera armar un tipo de coherencia y de solvencia conceptual que aúna diversos ingredientes y le da un sentido en el cual muchos personas de diferente origen ideológico y posición política pueden encontrar un punto común como es el caso de días Ayuso en Madrid o el propio Trump.

En este sentido cambiar la coalición de relatos se hace muy difícil, y a veces es hasta contraproducente poner a todo el mundo en la misma bolsa ya que muchas de las opiniones singulares tienen fuertes arraigo en la realidad. No se puede negar que el concepto de libertad delante de todo el fenómeno pandémico tiene un cierto sentido de razón, pese a que los argumentos para ser liberal pero pro vacunas no tiene que ser incompatible, pero correctamente manipulado como se demuestra en este momento,  permite construir una alianza extraña entre negacionistas y liberales que, como ya sabemos la política, en este caso puede hacer extraños compañeros de cama. 

El segundo aspecto a tener presente es el hecho que las falsedades construidas pueden tener un fuerte arraigo en las redes sociales en las que por simple interés económico derivado de su cuota de mercado tanto para Twitter como para Facebook permiten, ya sea por su alcance en términos de consulta puede ser muy alto, aunque su impacto puede ser muy heterogéneo desde el punto de vista de alcance social.

El tercer aspecto a tener presente parte de la idea de que son mensajes articulados, tal como decíamos antes, y muy vinculados a la diferenciación por odio, por polarización, por negación, por contradicción o conflicto por disensión, que por conceptualización o identificación diferenciada.

De los tres aspectos se puede convertir en una especie de cóctel letal que hace que se pierda el sentido más primigenio de ciertos valores democráticos.

No cabe duda que hoy en día nos encontramos delante de un escenario de crisis democrática en la cual todos estos aspectos antes mencionados inciden de una manera radical en la conformación de la opinión pública diferenciando lo que en otros momentos hubiese sido un principio democrático de respeto de la diferencia y de lo no propio.

Si bien esta situación está generalizada no se puede afirmar rotundamente que no haya sociedades exentas de esta realidad, o al menos no tan contaminadas, pese a que sería muy difícil considerar que hoy en día no habría ninguna posibilidad de que no existan de manera general lugares donde se puedan dar este tipo de situaciones.

La evidencia más palpable es que da una situación dramática no solo se ancla en la existencia y proliferación de modelos sostenidos sobre estas no verdades o agitaciones de naturaleza cultural e ideológica que superan en muchos casos la propia lectura de la realidad. 

Quizás el otro aspecto preocupante (y se debería pensar si no constituye un problema político y en cierto aspecto ético) es que los actores situados en la defensa de la democracia (ahora mayoritarios en la casi todo el mundo, pero en progresivo retroceso) se niega a entender por activa o por pasiva el cambio de la realidad y por lo tanto al no entender el nuevo fenómeno solo se queda con un discurso que no puede ser escuchado sobre todo por los indecisos que conforman hoy en día la gran mayoría.

Los ejemplos hoy en día podrían abundar en todos lados desde Hungría a Chile desde Rusia a México. En el fondo no sabemos por qué tipo de comportamientos se produce esto que es denominado la coalición de relato.

El uso del término no es arbitrario porque si algo caracteriza a una coalición es justamente el hecho que diversas posiciones dimiten de sus enfoques y puntos de vista, por decirlo de alguna manera, o se auto – neutralizan o reprimen algunas de sus reivindicaciones en pos de una decisión colectiva o de un posicionamiento común por la mejora de los resultados en términos de impacto. Pero, sobre todo, lo más peligroso, es que su cuestionamiento permanente a todos los consensos posibles pone en duda los acuerdos básicos existentes. Un excelente ejemplo es el papel de Vox en España que ha tumbado decisiones respecto al SIDA, la violencia de género, el derecho de la infancia (Declaración UNICEF), en una semana, con una acusación tan genérica como “la agenda progre de los ODS 2030”.

Quizás, pues, uno de los principales problemas sea la forma en que los partidos mayoritarios y en pleno acuerdo sobre el consenso democrático toman la iniciativa en la defensa de la democracia, y sobre todo de los valores que representa.

El tema central es si no tocaría ya darle la vuelta a la aproximación, y a título de reflexión en voz alta desarrollar tres líneas de trabajo paralelas que tienen que ver con el liderazgo, los valores y objetivos y las actuaciones.

Respecto al primer tema está claro que cabe una posición decidida que huya de críticas que no entran en el debate con contundencia y sobre todo marcando una dirección y un posicionamiento claro. La idea es neutralizar una parte importante de sus adherentes – los fundamentalistas que son ese 10% radicalizado, polarizado y normalmente nostálgico, seguramente ya no son recuperables – conformado por los “perdedores” del cambio de modelo, clases medias pauperizadas, personas que no reúnen condiciones formativas de retorno al mercado de trabajo, jóvenes “ni ni”, etc. Pero aquí la cosa no pasa por intentar revertir las convicciones ideológicas, pasa por demostrar que realmente se está a su lado, de sus problemas e inquietudes, de sus desencantos y vicisitudes, de sus aspiraciones y voluntades de no sentirse excluidos social y laboralmente. No cabe aquí la política del avestruz.

En los objetivos de la democracia y los valores que la sostiene queda claro que hay nuevos retos que han de hacer frente a las incertidumbres, que van desde el problema del futuro del trabajo, de las expectativas para los hijos, el cambio climático, la actitud respecto a los derechos básicos o la visión del encorsetamiento constante de las conductas ciudadanas. Cabe una revisión profunda de los derechos y valores fundamentales en el contexto actual, sobre todo en términos de jerarquización y priorización, y no caer siempre del lado de lo que una minoría considera lo políticamente correcto. No se es más progresista por defender los derechos de ciertos colectivos, ni reaccionario por exigir una sociedad más segura. La seguridad no tiene porque tener solamente aristas autoritarias, como una parte del pensamiento “progresista” intenta etiquetar a las posiciones articuladas alrededor de valores más “tradicionales”.

Y en el campo de las actuaciones debe haber materializaciones, no solamente principios declarativos de buenas intenciones, sino medidas concretas, visibles, contundentes y demostrativas de las voluntades. Esto significa un cambio importante en la forma de entender lo que hay que hacer, pero sobre todo el como, el cuando y los indicadores de efectividad y rendición de cuentas. Y en todos los campos, pero prioritariamente en la educación y el trabajo. No valen paradigmas pasados austericidas o apelaciones a un mercado de trabajo cautivo de normativas obsoletas. Seguramente las fórmulas están aun por descubrir, pero quizás ya es hora que esa sea la prioridad. No solo hablamos de empleo, hablamos de proyecto de vida.

Si no se asume esta realidad en nueva óptica se corre el severo riesgo de perder el horizonte sobre un tema que es el pivote central de nuestra construcción social, que es eje fundamental de la cohesión y convivencia, y que su fracaso y declive solo lleva a riesgos de situaciones graves donde desde el descrédito hasta la generación de una cierta violencia pueden hacer retroceder o disminuir derechos y libertades tan ansiadamente conquistados en muchos años de democracia. 

Por eso ahora lo que corresponde es romper la coalición de relatos, para lo que cual cabe una nueva perspectiva, más humanista, más solidaria, más constructiva y que, sobre todo, cuente con el conjunto de la ciudadanía para la construcción de una nueva articulación social y política.