De la pandemia a la crisis política: reflexiones sobre la legitimidad en el contexto actual relacionados con la crisis económica
Durante muchos años ha sido un tema constante de debate el tema de la legitimidad, y seguramente de Weber a Habermas estos temas han tenido una notoria presencia en el debate político para tratar de definir un concepto que muchas veces daba lugar a una equívoca definición y atribución de significado. En cualquier caso, siguiendo a Dahl y Linz la legitimidad presupone que para los gobernados “procedimientos, actos, decisiones políticas concretas, funcionarios o líderes del gobierno poseen la cualidad de rectitud, decencia o bondad moral” y “que, a pesar de sus limitaciones y fallos, las instituciones políticas existentes son mejores que otras que pudieran haber sido establecidas, y que por tanto pueden exigir obediencia".
En los últimos años la legitimidad se ha vuelto central en el debate. No solo se ha intentado superar la limitación de la legitimidad entendida en su concepción tradicional, si no que este concepto ha evolucionado hasta tener un importante peso, sobre todo cuando se intenta restringir los sistemas de legitimación a los sistemas tradicionales de validación electoral. Así pues, junto a la legitimidad electoral existen un conjunto de atributos que complementan los sistemas de legitimación que derivan de las críticas más actuales.
En ese contexto la aportación más interesante ha sido la de Habermas quien establece que la legitimidad significa hoy día la pretensión del poder político de ser reconocido no solo como legal, si no como correcto y justo, conceptos que se refuerzan en su teoría de la acción comunicativa.
La hipótesis que intentamos introducir es que los atributos esenciales hoy en día de los temas de legitimidad centrales son la confianza, el liderazgo, la credibilidad, la comunicación, dando un nuevo y más amplio sentido a la definición tradicional de autoridad y orden que el concepto ha tenido.
Ahora bien, a partir de los últimos acontecimientos que han creado esta nueva crisis económica derivada de la pandemia, sumada a las corrientes iliberales de los últimos 10 años, desde la llegada al poder de Orban y el Partido Ley y Justicia polaco, pasando por Trump, Bolsonaro, Netanyahu y ahora Milei en Argentina, a se podría afirmar que entre muchos de los efectos que tendrá en diversas esferas de la vida social, económica y política, quizás uno de los más importantes será aquello que afectará en el modelo de legitimidad de las democracias más avanzadas.
Es por eso por lo que no debería llamarnos la atención que la crisis económica y pandémica acabará por transformar parámetros de los sistemas clásicos de legitimación, lo cual habrá de conllevar, inevitablemente, a la búsqueda de elementos de refuerzo de los sistemas actuales más efectivos.
¿Qué es lo que cambia? Sobre todo, el cómo se creó un discurso sobre política actual, cómo se la está abordando, y sobre todo como se vislumbran las salidas al problema.
Uno de los principales problemas que socava la posición política delante de esta nueva situación se debe, fundamentalmente, a la forma con que con anterioridad a la crisis se trataba en el mercado financiero. El hecho que nadie cuestionaba los derroteros, que cualquier crítica era definida como posición cavernaria, que se practicaba una suerte de papanatismo idolátrico a los “triunfadores del modelo”, ha ido creando un caldo de cultivo en el que la población en general ha ido cambiando su posición respecto a si realmente ese seguidismo – a la luz actual estéril – dio los resultados que se prometían, sobre todo si eran inevitables todos los planteamientos. En particular nos referimos a la destrucción de las industrias locales en aras de la globalización, o si no había más que opciones terciarias en la evolución económica del entorno. Aun así, si ese terciario era el único posible o había otras alternativas. El cambio ha sido tan radical que, tal como muchos sospechábamos, la postura de muchos dirigentes políticos ha girado de tal manera que, donde antes eran todas loas a los “artífices del crecimiento” hoy solo quedan miradas soslayadas, que intentan decir “estaba obligado a decir eso para no ser (parecer) un altremundista”.
Es notorio observar que a todos aquellos que criticaban de una u otra manera ciertos funcionamientos poco ortodoxos del mercado basados en principios de ultraliberalismo fundamentalista, de loas constantes a las bondades - sea cuales fuera – de la globalización, y la actitud pasiva del estado tanto en temas de regulaciones como control severo de las prestaciones, hayan sido durante años calificados con diversos calificativos que normalmente apelaban a su posición retrógrada, miope, limitada o simplemente ignorante. (por suerte un directivo del citibank ha vuelto a poner las cosas en su lugar y les ha llamado comunistas sin más ).
Voces calificadas – Stiglitz, Krugman, Sen, etc. – eran simplemente criticados por alarmistas. Aparte es de destacar que los operadores de ese discurso, más allá de una posición “glamorosa” y muy a la moda, apelaban a interpretaciones de muy poco nivel intelectual, y como dicen la mayoría de los economistas de prestigio, de escaso o casi nulo rigor económico.
Los políticos, saliendo al rescate, seguramente imprescindible pero no por eso más comprensible por la opinión pública en general, de una situación que en muchos casos ha rayado la simple estafa han puesto en juego muchos valores que conformaban el núcleo duro de ese imaginario de legitimidad al que antes apelábamos. Algunas de las respuestas e ideas y muchos de los silencios de los dirigentes políticos han podido reforzar el cuestionamiento de la legitimidad al que hemos hecho referencia.
Los más representativos, en este marasmo de declaraciones precipitadas, podrían ser todas las afirmaciones precipitadas que se conformaron para no crear pánico en la población, y dar un cierto halo de esperanza, cuando en realidad la ciudadanía necesitaba críticas contundentes al sistema con el fin de reforzar el posicionamiento político de las direcciones políticas, silencio que ha estado minando en muchos casos esa credibilidad necesariamente consustancial al ejercicio del poder. Algunas de las preguntas y afirmaciones que más han llamado la atención como las siguientes han dilapidado delante de la opinión pública muchos aspectos, ya por si debilitados por la crisis de desafección y desencanto que planea desde hace muchos años sobre la identificación hacia la política de buena parte de la opinión pública.
Es por eso por lo que muchas de esas preguntas han generado más dudas y desconfianza, debilitando así la legitimidad, que regeneración de credibilidad y refuerzo de liderazgo delante de la crisis. Po eso cabría reflexionar si esas preguntas eran pertinentes para reforzar el papel de los dirigentes en ese marasmo de descreimiento social que puede crear la crisis financiera actual:
- ¿Alguien sabría decir que querrá decir hoy en día refundar el capitalismo? ¿Sobre qué cimientos y contra qué principios anteriores habría que trabajar? ¿Es factible que esta “refundación” pueda venir de la mano durante los últimos años solo han defendido la libre circulación de los capitales, la desregulación bancaria y las deslocalizaciones?
- ¿No tocaría retomar una idea muy expresada pero poco aplicada de recrear y redefinir una cierta ética de los negocios al complejo mundo de las finanzas
- ¿Se podrá ser capaz de crear un argumentarlo que permita prever como las soluciones a las crisis de los mercados financieros – que se está expresando con una masiva inyección de recursos – se justifican delante de la población ? ¿no se percibían los síntomas más notorios? ¿Si lo de las stock options, las primas de ejecutivos, la burbuja inmobiliaria, las hipotecas basura, eran más que conocidas por todo el mundo, como es que no se tomaban las medidas pertinentes para atacar esos problemas?
- ¿Nadie caía en que el peso del salario en el pib de los países, había llegado en algunos casos a niveles del año 29’?¿No se era suficientemente consciente del aumento del empobrecimiento en amplias zonas del mundo, o la precarización del trabajo en el mundo desarrollado? ¿Qué otros síntomas hacían falta?
- ¿Se puede correr el peligro que una cierta “salvación” de los mercados financieros haya ir a costa de los programas sociales, más aún en el momento actual?
- ¿Esta forma de encarar las respuestas a la crisis no minarán la confianza y la credibilidad en el sistema y en la clase política? ¿Será factible rescatar una nueva forma de entender el liderazgo en ese contexto, donde se ve al Estado o pasivo o simplemente a remolque y cautivo de una rapiña desmesurada aplicada por un capitalismo financiero poco creativo y menos aún productivo?
- Tal como señala Martin Wolf en su libro ….una de las principales contradicciones del capitalismo es la desigualdad. ¿Cómo se evita esta desigualdad, ya que los beneficios del crecimiento económico se concentran en las manos de unos pocos?
Estas y otras son las preguntas que abundan en el pensamiento actual de muchos analistas políticos y economistas, y ha calado de manera significativa en la población que ve como se destruye su trabajo y se han licuado sus ahorros en bolsa
¿Podría ser que la crisis económica provoca una nueva pregunta alrededor del sentido de la legitimidad democrática
Pero de todo este análisis no queremos hacer una lectura analítico – económica sino comenzar a vislumbrar como estos factores están teniendo un impacto directo en el aumento del riesgo de la crisis de legitimidad democrática.
En ese contexto será muy difícil trabajar la idea de legitimidad si lo visible del proceso no es realmente que se está construyendo un modelo que beneficia a la mayoría. Más aun cuando se publicitan los salarios de los directivos, o cuando se exhibe la situación de opulencia de las empresas y sus servicios.
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