Blog de Héctor Santcovsky

un blog para reflexionar sobre política, sociedad y retos de futuro

23/1/22

Desazón en tiempos de desafección y pandemia

      Pocas dudas caben respecto a que la mayoría de la gente estamos irritados, angustiados, desesperanzados, ofuscados por una situación que nos rebasa y que parecería que no podemos ni asir ni digerir. Esta angustia del presente, que se manifiesta como estado de ansiedad generalizada ante una realidad que no podemos controlar y que parece cada vez más insoportable, no solo se manifiesta como un miedo a algo concreto, sino más bien por la generación de un cierto estado de ánimo con bordes difusos que afecta de lleno nuestra relación con la realidad, y nos tiene convencidos que estamos delante de una realidad no fácil de superar.

      Esta sensación que no carece de un sentido concreto, provoca un efecto en el que no se ve una salida concreta a los problemas y que parecería que esta guerra que se percibe da paso a unas expectativas centradas que no hay futuro mejor y prometedor y que en general la gente está sumida en el escepticismo y el pesimismo más profundo.
      Seguramente no es diferente a situaciones anteriores en la historia y de bien seguro en las postrimerías de las dos grandes guerras como en la infinidad de guerras locales se vivía en el bando “perdedor” situaciones similares, pero había otro bando que ganaba – no en muy buenas condiciones – pero que tenía la sensación que se habían vencido ciertas situaciones que habían llevado a la contienda y que, por ende, su fin auspiciaba momentos mejores, y que en cualquier caso amplios sectores veían el futuro con gran optimismo.
      Por diversas razones ese pasado, y más en tiempo de paz, daba una cierta tranquilidad laboral, social, afectiva. Ahora todo – o casi todo – ha explotado y la dispersión de sus efectos afecta de diferente manera la sociedad, y lo que es más destacado, de muy diversa manera a los diversos sectores sociales, por edad, por situación laboral, por sexo, por nivel de estudios, por zona geográfica, y cada uno de estos sectores se “construye” un imaginario de sí mismo y una proyección de sus necesidades de muy diversa manera. En esta situación actual no hay ganadores. (más allá del puñado de accionistas de los laboratorios y especuladores de diverso pelaje y calaña).
      ¿Y eso qué efectos provoca? Pues que se constituyen diversas agendas ciudadanas, disímiles en contenido y forma, contradictorias, excluyentes de otros problemas en muchos casos, y por ende al conformarse en una multiplicidad tan compleja de situaciones los efectos se conforman de manera diferente.
      En el marco de estas reflexiones a uno le parece, también, estar escuchando el ensordecedor ruido de los debates políticos actuales, llenos de perífrasis y falsas metáforas. Algunos se llevan la palma como la Presidenta de la Comunidad de Madrid, pero en general todos tienen un trocito de responsabilidad, porque ha sido tan grande el tsunami sanitario y social, que se han enturbiado aun más, si cabía, la tortuosidad de los discursos, sobre todo sostenidos en la grandilocuencia y un juego arbitrario de oxímoron y sinécdoque en los discursos recurrentes. 
      El problema es que a la política le está costando – es normal – comprender muchos aspectos que suceden en el entorno. No es un problema solo de la política. Está ocurriendo en muchas disciplinas y en algunas con más contundencia que en otras. Seguramente ha llegado el momento de hacer una mirada más amplia sobre lo que acontece, con la necesidad de incorporar una mirada más atenta al cambio sociológico, al desarrollo tecnológico, o a la dinámica institucional y psicológico – social de la realidad. Pero, como se dice comúnmente, la realidad es muy tozuda, pero aun más los malos hábitos de la política, de los dirigentes y de las organizaciones.
      Volviendo al espectáculo que se presencia no resultaría difícil pensar en porque se dan situaciones de desafección generalizada. ¿Cómo no entender que en la compleja situación actual con una crisis social y sanitaria de alto contenido de ruptura de los equilibrios sociales, con un espectáculo de tensiones políticas que demuestran el gran interés más por conservar los sillones que por trabajar por el bien común, y no nos debería llamar a engaño pensar que aquello que se  denominaría la desafección de la política sigue su proceso de consolidación, especialmente en los sectores más afectados por la crisis?
      Lo que observamos es que progresivamente los políticos y la ciudadanía va perdiendo su afecto recíproco, o querrá decir que unos y otros han perdido sus respectivas afecciones hacia la política o solamente los ciudadanos han perdido ese interés y esa motivación por opinar por la cosa pública.
      La actitud mayoritaria de los partidos políticos en relación con ese tema se ha expresado en una cierta posición y perspectiva dicotómica. Por un lado, y sobre todo alrededor del entorno temporal del paso de las elecciones, todo son entonaciones de mea culpa sobre las razones que pueden estar motivando que los sujetos tengan un interés bajo un muy relativo hacia su participación política.
      Por otro lado, pasado unos días del triunfo o la hecatombe electoral, las argumentaciones vuelven a sumergirse en explicaciones limitadas relacionadas con los adversarios externos, y no pocas veces, eso sí fuera de micrófonos, referidos a las luchas internas. Éste fenómeno no es nuevo, ni será motivo para darse golpecitos en la espalda de tipo flagelantes por el desinterés por la cosa pública.
      Más bien se ha de entender es que esta falta de interés se debe razones de las cuales quizás la más importante sea que el mundo ha cambiado, mucho y de manera muy compleja, pero las respuestas políticas siguen siendo las mismas.
      Solo hemos de observar los lugares comunes de las respuestas políticas sin entender las transformaciones de las organizaciones, la multiculturalidad, la presencia de nuevos grupos culturales en los entornos de los países más desarrollados, o simplemente las diversas crisis de carácter coyuntural como el de la vivienda, o la violencia de género, por poner dos ejemplos a los que se les atribuye un rasgo coyuntural, cuando en realidad tiene una absoluta fisonomía estructural desde cualquier punto de vista que se observe.
      Todos estos factores son claros indicadores del profundo cambio en el paradigma de administración y discusión de la cosa pública que supera cualquiera de las realidades que en los últimos 30, 40 o 50 años.
      La derecha, concepto amplio y vago que hoy en día no sabemos exactamente en muchos casos si se refiere a su visión de los valores, la moral o la seguridad, más que la lógica del mercado o posicionamiento de los derechos universales (otro tema será, siempre el mundo europeo y desarrollado la lectura que hagamos de quien como dónde y cuándo presta sus servicios), en realidad delante de esta crisis se sigue manejando con la vieja y mala interpretación de la teoría de Adam Smith: alguna mano invisible ordenará este desaguisado, y en el peor de los casos a partir de una cierta lucha de tipo selvática prosperarán los que más recursos en un amplio sentido tienen. A eso hay que sumarle la inestimable ayuda de la nueva derecha populista, que oscila, depende el país, entre el iliberalismo, un proto fascismo bastante pueril, pero sobre todo un modelo de intolerancia (Vallespin, 2021), ideología autoritaria difusa (Rosenvallon, 2020), o derechas distópicas (Stefanoni, 2021). 
      El problema lo tiene la izquierda que quiere hacerlo pensando siempre que la igualdad de oportunidades, los valores universales, una mayor equidad en las cargas fiscales personales, o declaraciones grandilocuentes en temas económicos pero poco valiente en el combate al neoliberalismo y no suficientemente atrevida en sostenibilidad o en nuevos modelos de seguridad o multiculturalidad, factores que la hacen permeable y débiles, sobre todo en el flanco derecho, y coyunturalmente en los populismos de izquierda que son estrictamente modelos ideologizados y en general más sostenidos en lemas y consignas que en propuestas de intervención efectivas.
      En realidad la izquierda delante de los nuevos retos ha oscilado entre una posición plañidera como los siguientes: “la robotización será un desastre porque destruirá puestos de trabajo; la crisis climática es imposible de corregir contra la potencias energéticas; la economía no se puede controlar”…., conjunto de afirmaciones que oscilan entre un posición distópica del futuro, una impotencia de actuación de la izquierda más establecida, conjugada con una postura ciertamente ingenua de la izquierda más ideologizada (y a veces de naturaleza y contenido populista).
      ¿Qué le pasa la izquierda cuando en realidad se da cuenta que ya no es así el mundo que le rodea y que esos y que esas respuestas estaban planteadas en retos que hace 50, 60 o 70 años, cuando tenían una cierta validez y vigencia, y hoy, en gran parte han perdido su eficacia como mensaje? Ejemplos perfectos pueden ser la modesta respuesta que le damos al fenómeno de la globalización, con una invocación de carácter casi profética a la potencialidad que brinda para aumentar nuestras políticas en innovación o tratar de mejorar las condiciones del mercado de trabajo por poner dos ejemplos bastante patentes. 
      Seguir con nuestro declarativo y poco efectivo respeto por el medio ambiente o no ser suficientemente contundente con la agresividad del mercado inmobiliario se sustituye con una postura absolutamente voluntarista de cesión de espacios o de cuidado de los mismos tanto para temas de vivienda como de protección del medio natural sin entrar en el fondo de los temas y tranquilizar la conciencia – en forma de imagen pública – de nuestras acciones políticas. A veces el discurso justificativo, en no pocos casos, se reduce a manifestar que en realidad los municipios lo que quieren es, en muchos casos crecer, y muchos otros ver aumentados sus ingresos para poder resolver parte de los temas pendientes que tienen en relación a sus servicios básicos.
      Éste conjunto y complejo proceso ha ido llevando a la democracia en general hacia un callejón sin salida en el cual el conjunto de los sujetos más activos, sea cual sea su posición de actores principales, o aquellos que forman parte de la denominada sociedad civil, o la propia ciudadanía más comprometida, pueden entender las buenas voluntades de algunos políticos, que se distorsiona inevitablemente como resultado de los espectáculos de peleas que se observan casi permanentemente en titulares de la prensa, observamos que el ciudadano medio aquel que ha tenido la conciencia relativamente crítica no tanto con la política general una sociedad en sus en su faceta de injusticias sino en general en relación a aquellos hechos que lleven su moral, y la norma de valores básicos, como podrían ser el buen ejemplo lo de la guerra de Irak, con la sensibilidad ante la violencia género, o la sensibilidad delante de los problemas de la vivienda, sobre todo porque los que lo padecen son sus hijos. En ese contexto presenciamos éste fenómeno de alejamiento. 
      Quizás hemos tomado un vocablo ligeramente de manera arbitraria ya que la desafección en realidad supondría el algún momento hubo una cierta afección (entendida como afecto y afición). 
      Pero como la cosa pública hasta la irrupción de lo neoliberal mantenía una propuesta de orden social ni muy correcto ni muy justo, pero medianamente diligente, brindaba confianza y seguridad, pese que se aguantaba con alfileres, y que construía un techo de ese proyecto (que cobija diríamos quizás) sostenido por unas columnas (los derechos) que a la ciudadanía actual, especialmente a los sectores más castigados por la precariedad y los bajos ingresos, no parecen tan fiables ni que responden a los problemas principales de la gente.
      Sabiendo que las columnas no las podemos cambiar sin contenidos concretos y que no sirven las retóricas vacuas, el problema está en que debemos replantearnos el techo hacia donde queremos que esté orientado y que cobijará realmente. O sea para ser más prácticos hay que cambiar el modelo de construcción del discurso político de relación con los ciudadanos pero que ha de ir acompañado de respuestas a los problemas más sensibles como la precariedad del sistema de mercado de trabajo, las dificultades de acceso a la vivienda, las iniquidades está dando el sistema económico, o la creciente brecha social que provoca la desigualdad en nuestra sociedad. Ese es el reto trienio tenemos desde las voces democráticas y progresistas. Si los sectores demócratas y de progreso son capaces de resolverlo, ya lo veremos.



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